EL BANQUETE DE BODA
Hace unos días tuve el privilegio de ser el fotógrafo de boda de una pareja encantadora que se casó en Santanyi. Después de la ceremonia fueron al banquete, que es la única parte del día de la boda en la que no suelo sacar fotos. Pero hubo un segundo brindis/banquete en su preciosa casa de Cas Concos, donde tuvo lugar la mayor parte de la celebración del evento.
Esperando que llegaran los novios en casa de éstos, me entretuve fotografiando algunos detalles del suculento banquete que esperaba a los invitados.
Me vino entonces a la memoria, no sin cierto pesar, una boda a la que asistí hace ya unos cuantos años, cuando aún reinaba la fotografía analógica, y he pensado que podría ser interesante dejar testimonio escrito de lo que en aquella boda aconteció, quizá porque así haya menos posibilidades de que lo ocurrido vuelva a repetirse, quizá porque al contarlo termine de quitarme de encima el «trauma» que me causó lo sucedido.
La boda del hambre
Imagina a una pareja de novios que espera con muchísima ilusión el día de su boda. Han procurado guardar cada detalle… Hace ya más de un mes que la costurera le hizo los últimos ajustes al vestido de la novia; las alianzas esperan su momento en el bolsillo del traje del novio, que a su vez descansa impecablemente planchado en una percha de su armario; todos los invitados han confirmado su asistencia; la peluquera llegará con tiempo de sobra, por si la novia, en el último momento, decidiera querer cambiar el tipo de peinado que tenía previsto; la mejor amiga de la novia llegará a la casa muy temprano para acompañar a su nerviosa amiga desde primera hora de la mañana, o quizá se quede con ella desde la noche anterior; el novio se ha encargado de asegurarse de que el chofer con el Rolls-Royce Silver Cloud del 55, engalanado con cintas blancas y algunas rosas rojas, esté aparcado frente a la casa de la novia 20 minutos antes de que ésta vaya a salir hacia el lugar donde se oficiará la ceremonia.
Todo está bajo control, los novios han procurado preparar todo lo que se suponía que debían preparar, con el suficiente tiempo de antelación, para no volverse locos a última hora. No han dejado nada al azar y el ser previsores debería darles sus frutos. Pero hay algo que no va a salir exactamente como ellos hubieran querido. La única cosa que ellos no controlaban directamente.
La tía Renata había insistido entusiasmada en ayudarles encargándose de algo, y le habían delegado la elección del restaurante. Ella eligió el mejor restaurante para banquetes de boda que había conocido, y que casualmente era el mismo en el que ella se había casado, y en el que quería celebrar sus bodas de oro el próximo año.
El restaurante había cambiado de nombre, y a la tía Renata, al ir a hacer la reserva para el banquete de boda de su sobrina, le pareció que también habían cambiado al personal, pero por lo demás –está igualito que cuando tu tío y yo hicimos allí nuestro banquete de boda. – había dicho.
Y nadie niega que las intenciones de la tía Renata fueran las mejores para con la boda de su sobrina, sin embargo aquel restaurante había cambiado de dueños 2 o 3 veces desde que ella y Tomás celebraron allí su boda hacía cuarenta y nueve años, y difícilmente quedaría en el restaurante un empleado sin jubilar.
Finalmente el día de la boda todo salió como los novios habían planeado, todo, salvo la parte de la que ellos no se habían encargado de gestionar personalmente, y que empañaría la mayor parte del evento, el banquete.
Después de la ceremonia (en la que el cura se había extendido un poco más de lo previsto), los novios se fueron con el fotógrafo a hacerse las fotos y los invitados se dirigieron al restaurante para esperar a los novios.
Al parecer la tía Renata, tampoco había contado con que el precio de un banquete de boda hubiera aumentado tanto desde que ella celebró la suya hacía casi 50 años, y contrató la tarifa por persona más low cost que el restaurante (mucho menos serio que en sus tiempos de gloria), le ofreció.
No hubo entrantes ni nada para picar mientras los invitados esperaban que llegaran los novios, ni siquiera algo para beber. A las 15 horas a más de un invitado le gruñían las tripas. Los niños, menos dispuestos a soportar el hambre, habían “exigido” a sus padres el comprarles un dulce o un paquete de papas fritas en la barra del bar.
Cuando por fin llegaron los novios, los invitados pudieron pasar a una sala con largas mesas y tomar asiento. El primer plato fue una sopa de fideos, digo de fideos para los que tuvieron la suerte de que les tocara más de uno; aunque sigo pensando que simplemente era un caldo en el que se habían colado accidentalmente algunos fideos finos.
El segundo plato era a elegir: chuleta de cerdo o pollo. Ahí empezó a dejarse notar la indignación por parte de algunos invitados, la carne, tanto la de cerdo como la de pollo, aparte de ser escasa, estaba tan correosa que no era arriesgado pensar que pertenecía a lo que había sobrado de la boda del día anterior. Y que a nadie se le ocurriera llamar a un camarero para decirle que te pusiera un poco más de caldo o de carne, porque te diría molesto que no podía servir más comida.
En este punto más te hubiera valido haber conservado algo de beber en tu vaso o copa que te ayudara a bajar la carne seca, porque aunque los camareros no te negaban la bebida, si se hacían de rogar hasta que al fin la traían.
Para la hora del postre, la mayoría de los desesperanzados estómagos de los invitados habían dejado de rugir, unos por resignación, otros porque se habían escapado un momento a picar algo en el restaurante de al lado.
El postre, también escaso, consistía en una escuálida cuña de tarta compuesta en su mayor parte de nata que no alcanzó para todos los estupefactos comensales. Afortunadamente el restaurante ofreció a los novios una tarta familiar que por casualidad tenían allí. De esta forma fue como todos los invitados pudieron comerse un trocito de tarta, aunque buena parte de ellos no probara la propia tarta de la boda.
No sé lo que habló la tía Renata con el encargado del restaurante a la hora de contratar el banquete de boda, pero fuera lo que fuera está claro que el restaurante dejaba mucho que desear en cuanto a atención al cliente se refiere.
Pocos o nadie recuerdan el peinado de la novia o como era su vestido, o incluso donde y como fue la ceremonia, lo que si recuerdan todos es el restaurante en el que fue el «banquete». La boda quedó en la memoria de los invitados, de manera popular, con el triste nombre de «La boda del hambre».
Moraleja
Novios, encargaos personalmente de la organización de todos los puntos importantes de vuestra boda, o en su defecto, delegadlos a familiares o amigos de confianza que no se encuentren tan fuera de onda como lo estaba la tía Renata.
Dejar claros los detalles con el restaurante e invitad al banquete solo al número de personas que vayan ser atendidas adecuadamente. No se trata de gastar mucho, se trata de gastar bien.
Si los invitados tienen que esperar para entrar al banquete mientras el fotógrafo os hace las fotos, sería buena idea que mientras esperan pudieran beber algo y picar algún tentempié.
Y para no dejaros con mal sabor de boca por la historia que os he contado sobre lo sucedido en aquel peculiar banquete de boda, os diré que para las bodas de oro, la tía Renata, supervisada muy de cerca por su marido, eligió mejor el restaurante, y más generosamente el menú que se sirvió durante el banquete, y os dejo aquí algunas fotos de la repostería de la última boda a la que he asistido como fotógrafo.